El inicio de la adolescencia puede suponer un empeoramiento de las relaciones familiares, siendo frecuentes los conflictos y discusiones. A menudo, la buena comunicación, las bromas, los besos y los abrazos de la niñez se transforman en regañinas, malas caras y discusiones subidas de tono. Afortunadamente, en la mayoría de los casos esta situación no durará mucho y las relaciones tenderán a normalizarse según vaya transcurriendo la adolescencia.
Los conflictos con vuestra hija o hijo pueden tener un efecto positivo sobre las relaciones familiares ya que ayudan a que seáis más conscientes de sus nuevas necesidades y dejéis de tratarlo como a una “niña o a un niño”.
Aún así, por distintos motivos tanto familiares, como sociales e individuales del adolescente, hace que las discusiones sean demasiado habituales, siendo temas conflictivos los horarios, la ropa, las amistades, la sexualidad, el aspecto físico, la alimentación y el inicio en el consumo de sustancias adictivas.
Nuestro trabajo va dirigido en dos direcciones. Por un lado ayudarles en su búsqueda de identidad, entender sus cambios físicos y emocionales, valorar sus necesidades y sus relaciones sociales, favoreciendo el autoconocimiento y la autoestima.
Por otra parte orientar a los padres y madres, ayudándoles a entender a sus hijos e hijas así como a poder sobrellevar los conflictos habituales de la forma más adecuada. La negociación con ellos de los temas más conflictivos, la propia valoración de las dificultades que como adultos encontramos en la relación con nuestros hijos e hijas, teniendo en cuenta nuestras propias proyecciones y aprendiendo a diferenciarlas, son algunos de los temas más importantes a tratar con los padres y madres.